En 1961 Hannah Arendt, filósofa alemana de origen judío, viajó a Jerusalén como enviada especial del diario The New Yorker para cubrir el juicio del nazi Otto Adolf Eichmann, acusado de genocidio contra el pueblo judío durante la II Guerra Mundial. De su experiencia durante el tiempo que duró el proceso judicial Arendt escribió uno de los ensayos más importantes del siglo XX, Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal, en el que diseccionaba de forma brillante la forma de pensar de Eichmann. En contra de la opinión popular, que lo retrataba como un monstruo dotado de una inmensa capacidad para la maldad, Arendt descubrió a un hombre común, a un simple burócrata, un operario que cumplía órdenes sin reflexionar acerca del «bien» o el «mal» en sus actos. Acuñando la expresión “banalidad del mal” quiso evidenciar cómo el mal puede ser obra de la gente común, "de personas que renuncian a pensar para abandonarse a la corriente de su tiempo".
¿Puede entonces cualquier ser humano cometer los más atroces crímenes contra la humanidad solo por obediencia a la autoridad como argumentó Arendt? ¿Las atrocidades cometidas por los nazis durante el holocausto fueron actos de individuos realmente malvados o se trató de un fenómeno grupal que podría ocurrirle a cualquiera hoy en día en las mismas condiciones? Además de la filosofía, la psicología social se ha preocupado en explicar por qué las personas podemos llegar a comportarnos de modo violento e incluso transgredir nuestros valores morales. En 1963 el psicólogo social Stanley Milgram de la Universidad de Yale desarrolló el famoso experimento sobre obediencia a la autoridad en el que demostraba que personas ordinarias, ante la orden de una figura considerada con autoridad, son capaces de comportarse con crueldad Años más tarde, Philip Zimbardo de la Universidad de Standford, siguió indagando sobre el papel de la autoridad en el desarrollo de la agresividad. En el año 1971 desarrolló una de las investigaciones más relevantes en el campo de la psicología social: el experimento de la prisión de Standford, demostrando que cualquiera convertirse en torturador o en sumiso prisionero en determinadas situaciones extremas y desentrañando el porqué de la maldad.
Los estudios de Milgram y Zimbardo revelaron que el comportamiento agresivo, más allá de las características idiosincráticas de una persona, está enormemente influido por el contexto. Las personas, bajo determinadas circunstancias, podemos llegar a comportarnos de un modo extremadamente violento, independientemente de que tengamos o no tendencias sádicas o agresivas. Creemos en la existencia de personas "buenas" o "malas", pero sin embargo hoy sabemos que el contexto tiene un papel importante y que personas buenas en un ambiente perverso, pueden llegar a comportarse de modo perverso.
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